lunes, 4 de marzo de 2013

Fragmentos de un Evangelio Apócrifo (Jorge Luis Borges)


1. Desdichado el pobre en espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.
2. Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto.
3. Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria.
4. No basta ser el último para ser alguna vez el primero.
5. Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.
6. Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.
7. Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.
8. Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable.
9. Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.
10. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.
11. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano.
12. Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es.
13. Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.
14. No hay mandamiento que no pueda ser infringido, y también los que digo y los que los profetas dijeron.
15. El que matare por la causa de la justicia, o por la causa que él cree justa, no tiene culpa.
16. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos.
17. No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.
18. Si te ofendiere tu mano derecha, perdónala; eres tu cuerpo y eres tu alma y es arduo, o imposible, fijar la frontera que los divide…
19. No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces.
20. No jures, porque todo juramento es un énfasis.
21. Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.
22. Yo no hablo de venganza ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.
23Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.
24. Hacer el bien a tu enemigo es el mejor modo de complacer tu vanidad.
25. No acumules oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y éste, de la tristeza y el tedio.
26. Piensa que los otros son justos y lo serán, y si no es así, no es tuyo el error.
27. Dios es más generoso que los hombres y los medirá con otra medida.
28. Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.
29. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar…
30. La puerta es la que elige, no el hombre.
31. No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores.
32. Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena…
33. Feliz el pobre sin amargura o el rico sin soberbia.
34. Felices los valientes, los que aceptan con ánimo parejo la derrota o las palmas.
35. Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque éstas darán a luz a sus días.
36. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
37. Felices los felices.

jueves, 28 de febrero de 2013

Elevación



Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,
Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!

lunes, 25 de febrero de 2013

La verdadera Otredad (Julio Cortazar)


Caía la tarde, grupos de muchachas salían de los comercios, necesitadas de reír, de hablar a gritos, de empujarse, de esponjarse en una porosidad de un cuarto de hora antes de recaer en el bistec y la revista semanal. Oliveira siguió andando. Sin necesidad de dramatizar, la más modesta objetividad era una apertura en el absurdo de París, de la vida gregaria. Puesto que había pensado en los poetas era fácil acordarse de todos los que habían denunciado la soledad del hombre junto al hombre, la irrisoria comedia de los saludos, el “perdón” al cruzarse en la escalera, el asiento que se cede a las señoras en el metro, la confraternidad en la política y los deportes. Sólo un optimismo biológico y sexual podían disimularse a algunos su insularidad, mal que le pesara a John Donne. Los contactos en la acción y la raza y el oficio y la cama y la cancha, eran contactos de ramas y hojas que se entrecruzan y acarician de árbol a árbol, mientras los troncos alzan desdeñosos sus paralelas inconciliables. “En el fondo podríamos ser como en la superficie” pensó Oliveira, “pero habría que vivir de otra manera. ¿Y qué quiere decir vivir de otra manera? Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una tal violencia que el salto acabara en los brazos de otro. Sí, quizá el amor, pero la otherness no dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer. En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness. Cierto que ya es algo”... Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta en sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos. Pero gentes como él y tantos otros, que se aceptaban a sí mismos (o que se rechazaban pero conociéndose de cerca) entraban en la peor paradoja, la de estar quizá al borde de la otredad y no poder franquearlo. La verdadera otredad hecha de delicados contactos, de maravillosos ajustes con el mundo, no podía cumplirse desde un solo término, a la mano tendida debía responder otra mano desde el afuera, desde lo otro. (Tomado de Rayuela)